El analista internacional Ramiro Caggiano Blanco sostuvo que el conflicto entre Ucrania y Rusia no empezó con la invasión sino que fueron muchos acontecimientos relacionados los que llevaron a este desenlace y, en cuanto a las conexiones internacionales que tienen los movimientos de ultra derecha, expresó que «existe una especie de escuela internacional de militantes de extrema derecha que reciclan conceptos y discursos vinculados a la patria, la casta política, lucha contra la corrupción y hasta las afinidades religiosas para influir en el debate público». «Las marchas destituyentes en Latinoamérica tenían muchas similitudes con eventos que derivaron en la guerra en Ucrania» sostuvo.
En diálogo con el equipo de Lugares Comunes, el analista internacional Ramiro Caggiano Blanco reflexionó sobre los acontecimientos que derivaron en la guerra entre Ucrania y Rusia, y sus conexiones con Latinoamérica.
Ramiro dio indicios de que existen conexiones internacionales entre movimientos destituyentes que quieren instalar un neoliberalismo aún más violento. Aseguró que en los hechos «existe una escuela de militantes de extrema derecha, que se nutre de minorías de jóvenes violentos que van contra todo aquél que tenga un pensamiento distinto, hablan de la patria, de la casta política, de la corrupción (lo que lleva a la antipolítica), son moralistas (tejen alianzas con religiones), y son profundamente neoliberales. Son discursos que reciclan estos conceptos y hacen efecto en un sector de la población, principalmente de jóvenes universitarios, permeables a estos discursos». Y resaltó que «en algunos países se radicalizan e incluso llevan un entrenamiento militar, para formarlos en el uso de armas». «Ellos sienten que están en una especie de cruzada moral, patriótica y neoliberal, y se manejan con una lógica binaria de amigo/enemigo, se creen héroes que luchan contra los villanos, por eso vemos a personajes como Milei o Bullrich disfrazados para acentuar ese imaginario» manifestó.
En virtud de ello, destacó el analista ciertas sospechosas similitudes entre los movimientos destituyentes que se produjeron América Latina y lo que sucede en Ucrania: «La destitución presidente de Ucrania en 2014, Yanukovich, fue ilegal, ya que no tuvieron los votos suficientes para llevarla a cabo y la hicieron igual. Si bien era un político de clase acomodada, debió huir a Rusia para no ser asesinado; si recordamos veríamos muchas similitudes con el golpe a Evo Morales en Bolivia en 2019. Incluso mostraron la mansión de Yanukovich llena de excentricidades y la convirtieron en un museo, como pretendieron hacer con Evo para deslegitimarlo frente a la opinión pública, pero les salió mal, ya que él llevaba una vida austera en la Casa de Gobierno». Y agregó que «en las marchas en Ucrania se usaban cantos similares a los que repetían en Brasil contra Dilma Rousseff o en Argentina contra Cristina. También es interesante la alianza que hicieron con grupos religiosos. Lo vemos hoy en Ucrania, el apoyo de una religión y pasó en Bolivia con Camacho entrando con la biblia al Palacio del Quemado y con las afirmaciones Jeanine Áñez mientras ocupaba de facto la presidencia, o con los millones de evangelistas pentecostales apoyando la elección de Jair Bolsonaro».
En cuanto a Brasil, donde vive Ramiro Caggiano Blanco en la actualidad, afirmó que existen vínculos entre el partido de Bolsonaro y los ucranianos. «El movimiento 300, que por suerte fracasó, utilizaba táctica militar. Hasta hicieron un largo acampe frente a la Corte, querían cerrar el Congreso y la Corte Suprema para que Bolsonaro pudiera gobernar», contó. Y añadió que «los organizaba una diputada, Sara Winter, que fue entrenada en Ucrania, hacían actos con simbología nazi, y su discurso era el mismo: nosotros o el caos. Buscaron radicalizar el proceso político de Bolsonaro, hasta que hace poco la justicia les cortó el financiamiento vía redes sociales por lo que están prácticamente desarticulados».
Por todo ello, entre otras razones, concluye Ramiro que existe una escuela de formación de militantes que hoy se expresa en Ucrania y tiene terminales en Latinoamérica, que están organizadas y acechan a los gobiernos incómodos para la imposición neoliberal.
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