1. Alberto Fernández es, entre otras cosas, un gestor. Por eso, innova en el modo con el que gestiona. Dice de sí mismo: “mi mérito es escuchar a los que saben”. Es decir: su mérito es saber que no sabe. Él es un abogado y, en este caso, decide escuchar a los científicos. En otros temas decidirá escuchar a otros.

 

  1. Seguramente, el abogado Fernández lo sabe: es allí donde no se sabe que se habilita el discurso del otro. Es necesario escapar de un prestigio mal habido: el de los que lo saben todo. En su lugar, el presidente propone otro prestigio: el de los que saben aprender. Por eso dice que se la pasó los últimos días leyendo artículos sobre pandemia.

 

  1. De paso, se diferencia del estigma y del simulacro: Cristina no escuchaba, Macri simulaba que escuchaba. El primero, el estigma, fue instalado por los grandes medios; el segundo, el simulacro, fue construido por el marketing transnacional.

 

  1. Él, en cambio, no está construido porque, simplemente, se encuentra en construcción: lo que se mueve se está produciendo y él se mueve junto a su movimiento político que, a la vez, se va moviendo. Por eso su discurso transita tradiciones diferentes. Menciona a Alfonsín, a Pappo y a Perón. Lo sabemos: alguien se inventa cuando crea su propio desorden de citas.

 

  1. Fernández no sólo se mueve. Además, es varios Fernández. Es el jefe de Estado pero, también, sigue siendo él mismo: el abogado litigante que se indigna, demanda, procesa y lleva a la cárcel. En él la indignación es la vuelta al barrio y a un estilo de justicia pendenciera. Amenaza con ir a buscar personalmente al grandote que le pegó al guardia de seguridad cuando este lo increpó porque no cumplía con la cuarentena; sugiere que él mismo entablará juicios contra los que violen la resolución del aislamiento; asegura que se le terminó la paciencia y que si no alcanzan las palabras no le temblará el pulso y utilizará la fuerza.

 

  1. En ese punto exacto donde la fuerza se junta con la razón – donde se produce la legitimación de la primera por la segunda – aparece el transformismo de los superhéroes: es el jefe de Estado y es él mismo. Y es este último el que asume las escenas justicieras. Como Superman, el Zorro o la Mujer Maravilla.

 

  1. Es, además, el que diseña esa gran escena pospolítica: él en el centro, a un costado el Kirchnerismo representado por Axel Kicillof, al otro Juntos por el Cambio expresado por Horacio Rodríguez Larreta. Un Alberto Fernández le arrebata al Macrismo la bandera de la unidad de todos los argentinos y de la finalización de la grieta. El otro Alberto Fernández lanza una serie de políticas expansivas, claramente populistas y, de ese modo, continúa expresando a su Coalición de Gobierno. Ello hace posible la gran obra coyuntural del superhéroe: el populismo pospolítico o la pospolítica populista. Y, también, el 93.8 por ciento de imagen positiva de todos los Fernández juntos.